Agricultura en tiempos de pandemia: qué hemos aprendido y qué nos queda por aprender un año después

Nadie imaginaba hace un año la que se nos venía encima. Ni lo que traía bajo el brazo la pandemia por COVID-19. Que, contrariamente al refranero, no ha resultado ser un pan sino un hueso durísimo de roer que ha dado al traste con los sueños de salud, bienestar y prosperidad. De todos. En todo el mundo.

La pandemia ha visibilizado, entre otras cosas, la extrema fragilidad del sistema alimentario mundial y la urgente necesidad de modernización de la agricultura para abastecernos de manera continuada y sostenible. También, la vulnerabilidad de los agricultores ante una economía ruinosa que, de abril a junio de 2020, se tradujo en un baile de precios de frutas y verduras en los supermercados a resultas de los problemas de distribución y la pérdida adquisitiva del consumidor.

Según la FAO, la inseguridad alimentaria generada por la pandemia habría elevado el número de personas desnutridas hasta 130 millones. Y estima que en 2050 se necesitará aumentar la producción de alimentos en un 70% para poder abastecer a los casi 10.000 millones de personas que poblarán el planeta en ese momento. Unas cifras que ponen contra las cuerdas a la agricultura mundial por la creciente demanda de alimentos, y que la impele irremediablemente a dar un salto tecnológico que incremente su eficiencia, sostenibilidad y capacidad productiva.

A lo largo del último año, y pese a la resiliencia que la agricultura ha mostrado en los momentos más duros de la pandemia, ha quedado patente la obsolescencia de una actividad que, en muchos puntos del Planeta, se realiza prácticamente como en el Neolítico. Y en otros predios, con maquinaria en las antípodas de las prácticas medioambientales marcadas por los Gobiernos, un uso desmedido de fertilizantes y una total carencia de estrategia a la hora de preservar los (cada vez más sedientos) recursos hídricos en todo el mundo.

Así las cosas, la agricultura debe apostar, sí o sí, por la innovación, la sostenibilidad, la eficiencia y la seguridad si quiere afrontar con éxito el enorme reto de dar de comer al mundo en tiempos de pandemia. Un runrún del que ya éramos conscientes hace un año, pero que sigue sin traducirse en hechos. Solo en España y pese al importante peso que el sector primario tiene en nuestra economía (con 750.000 agricultores y ganaderos que generan el 13% del total de la producción agrícola de la UE), el gasto en I+D del sector agroalimentario ha caído hasta casi un 20% en los últimos años.     

Tecnologías como los drones, el Big Data aplicado a la maquinaria agrícola, la agricultura de precisión o la monitorización de cultivos mediante inteligencia satelital continúan siendo prácticas mayoritariamente ajenas al día a día de los productores en el campo. Que, además, por edad y tradición, se muestran aún renuentes a la incorporación del AgTech a su labor agrícola. Unos deberes sin hacer acentuados, además, por el hecho de que las explotaciones en España tienen un tamaño relativamente pequeño y son, mayoritariamente (para bien, mal y regular), de carácter familiar.

De otro lado, y debido a las limitaciones para aumentar la superficie de cultivo, el incremento de la producción para cubrir la creciente demanda de alimentos en estos tiempos que corren provendrá principalmente del aumento de la productividad. Un desafío que va a necesitar, en el corto plazo, el apoyo de los avances tecnológicos para lograrlo y cumplir, de paso, con las exigencias de eficiencia, sostenibilidad y respeto medioambiental marcados por la UE y otros organismos en materia agrícola.

Tal y como indica Krzysztof Stopa, CEO de SatAgro, soluciones como la agricultura de precisión “ya son una realidad y pueden ayudar al agricultor, ahora más que nunca, a una mejor predicción de las condiciones climáticas, un riego más eficiente y controlado y una selección de insumos personalizada a las necesidades de cada cultivo”.

Las nuevas tecnologías van a ser cada vez más asequibles económicamente y más sencillas de utilizar. Con todo, para que lleguen al campo, el sector deberá incorporar a personas cada vez más cualificadas, con capacidades técnicas avanzadas, que sean capaces de implantar y gestionar sistemas productivos innovadores y catalizar la transformación ligada a los avances tecnológicos.

Por último, no está de más recordar, un año después de la irrupción de la pandemia, que algunas medidas propuestas por la UE para la agricultura pasan por la reducción de fitosanitarios en los próximos años, la limitación del uso de fertilizantes o la disminución de las ventas de antimicrobianos para animales de granja y de acuicultura. Todo orientado a que en 2030 el 25% de las tierras de cultivo se dediquen a la agricultura ecológica. Y a ser posible, con prácticas sostenibles, rentables, respetuosas y eficientes que pasan, sí o sí, por una revolución AgTech en el campo tan grande (o más) que la propia pandemia que nos azota.

https://www.satagro.pl/