por Kilian Zaragozá, CEO de Naria
Mientras más de 700 millones de personas sufren inseguridad alimentaria, un tercio de los alimentos producidos en el mundo termina en la basura, muchos de ellos, aptos para el consumo. La paradoja es inadmisible. Conectar esos recursos con quienes los necesitan se ha convertido en una urgencia ética, ambiental y económica.
Abordar el reto del desperdicio alimentario requiere una combinación de estrategias coordinadas, que van desde políticas públicas que favorezcan la cooperación entre sectores, hasta una ciudadanía informada y comprometida. Pero también exige aprovechar el potencial de las herramientas tecnológicas disponibles, que pueden marcar la diferencia entre una cadena de suministro eficiente y un sistema verdaderamente justo y resiliente.
En este marco, los sistemas de trazabilidad alimentaria —originalmente concebidos para asegurar la calidad, la seguridad y la transparencia en los procesos logísticos— adquieren un valor añadido cuando se aplican a la gestión del desperdicio y a la redistribución de excedentes. Su capacidad para registrar y monitorear en tiempo real el recorrido de los productos alimentarios permite no solo reducir las pérdidas en diferentes puntos del sistema, sino también redirigir esos recursos hacia quienes más los necesitan.
Más allá de su función técnica, la trazabilidad se convierte así en un instrumento para mejorar la equidad en el acceso a los alimentos, integrando eficiencia operativa con impacto social. Un ejemplo de cómo la innovación puede contribuir no solo a hacer las cosas mejor, sino a hacerlas con un propósito más humano.
Trazabilidad y alimentos
Los sistemas de trazabilidad permiten recopilar, registrar y hacer un seguimiento detallado de cada etapa que atraviesa un producto alimentario, desde su generación hasta su destino final. Desde la perspectiva logística y de producción, sus principales utilidades respecto a la prevención del desperdicio alimentario se basan en la identificación de puntos críticos de desperdicio, la mejora de la gestión de inventarios, la reducción de costes y la garantía de cumplimiento normativo.
En paralelo, desde la óptica social y medioambiental, estas herramientas consiguen mejoras en la sostenibilidad y en el equilibrio social, a través de un aumento en la eficacia de las colaboraciones con entidades sociales.
Cooperación eficaz: no basta con querer colaborar
Nos encontramos en un escenario crítico en nuestro país, con más de seis millones de personas padecen inseguridad alimentaria. Al mismo tiempo, un estudio reciente del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación señala que el porcentaje de desperdicio alimentario en gran distribución se sitúa en el 0,65% del total comercializado, con una pérdida económica media de 0,73 euros por cada tonelada producida o adquirida.
Con esta situación y con la inminencia de la entrada en vigor de la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario el próximo abril, conectar los alimentos disponibles con quienes más los necesitan es hoy más necesario que nunca. Pero no basta con la intención, es preciso saber cómo hacerlo de la manera más eficiente.
Contar con una gestión adecuada de la información es fundamental para que los esfuerzos solidarios lleguen hasta donde se precisan, y, en este sentido, resulta imprescindible conocer cuáles son las prioridades, cuántas personas se encuentran en situación de carencia, dónde se ubican y qué necesitan realmente.
Esta es la base de Naria, la empresa aliada del retail para prevenir y gestionar sus excedentes alimentarios mediante soluciones digitales alineadas con la nueva Ley 1/2025. Su plataforma, basada en tecnología blockchain, conecta a las empresas del sector alimentario con entidades sociales homologadas, permitiendo gestionar las donaciones de manera segura, sencilla, rentable y sostenible.
El sistema automatiza y simplifica la operativa diaria: identifica excedentes, notifica a las entidades receptoras más cercanas, organiza la recogida y gestiona toda la documentación. Garantiza la trazabilidad y la seguridad alimentaria, ofrece informes detallados y mide los impactos sociales, ambientales y económicos. Lo no apto para el consumo se deriva a otros usos previstos en la Ley. Como resultado, se reduce significativamente el desperdicio, se ayuda a las personas y se impulsa una economía circular.
Automatizar con propósito
La digitalización de estos procesos permite a las organizaciones del Tercer Sector acercarse más a su propósito, al liberarse de tareas repetitivas o desbordantes que la tecnología puede resolver. Así, pueden centrarse en lo importante: acompañar, integrar, transformar realidades.
En este contexto, la trazabilidad ya no es solo una función técnica: es un catalizador del cambio social. Una palanca que convierte cada dato en impacto y cada gesto solidario en transformación real.
Kilian Zaragozá, CEO de Naria

