¿La dieta mediterránea sería lo mismo sin el pan?

La dieta mediterránea es característica por ser el patrón alimentario principal en los países que colindan con el mar Mediterráneo. Complementada con una correcta práctica de deporte y el clima propio de estas zonas, posee múltiples beneficios para la salud. La guinda, a parte, la ponen los productos específicos de temporada y las formas tradicionales de cocinar en esta zona. El motivo de que esta dieta sea propia de estos países viene precisamente relacionado con el clima, condicionante indispensable para producir una serie de alimentos clave.

Se trata de una dieta variada, equilibrada y sana, que por su bajo contenido en grasas saturadas y azúcares, y su abundancia de vitaminas y fibra, es rica en antioxidantes. El seguimiento de esta dieta puede incrementar la sensación de bienestar físico, controlar el peso, y ayudarnos a mejorar el funcionamiento de algunos órganos como el riñón o el corazón. Tal es su valor, que la dieta mediterránea, de hecho, está considerada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.

Es ampliamente sabido que la dieta mediterránea se compone de verduras, legumbres, fruta, pasta, arroz, frutos secos, pescado y por supuesto, de aceite de oliva, uno de los productos abanderados de esta dieta.

Sin embargo, ¿somos conscientes de que el pan es un elemento tan clave en la dieta como todos los productos anteriormente mencionados? Por un lado, se trata de uno de los alimentos por sí solos más completos, pues nos aporta hidratos de carbono complejos y fibra, que son fuentes energéticas esenciales. Este es el motivo por el que se sitúa en la base de la pirámide alimentaria y puede consumirse a diario. Incluir en las comidas una ración de pan ayuda a equilibrar la dieta gracias a este aporte de hidratos de carbono, vitaminas y minerales.

Por otro lado, gracias a los bajos niveles de grasa que contiene, nos permite aportar los hidratos de carbono que necesitamos cada día con una mínima ingesta de lípidos. Según diversos estudios, un consumo diario de pan en el marco de una dieta saludable y equilibrada se asocia a una menor concentración de insulina en sangre, lo que ayuda a mejorar el perfil lipídico y se traduce en menores niveles de colesterol LDL (conocido como colesterol malo) y más elevados de colesterol HDL (o colesterol bueno).

Si quisiéramos encontrar los orígenes del pan, habría que remontarse hasta el neolítico, cuando el hombre decide triturar semillas y cereales para, posteriormente, mezclarlas con agua. Después, los egipcios y los hebreos utilizarían la levadura obtenida en el proceso de producción de la cerveza para añadirla a la harina y así tener unos panes más digestivos, aireados y con más sabor.

Poco a poco, desde entonces, cada civilización ha ido contribuyendo a perfeccionar las técnicas de elaboración y a ampliar las formas de consumo del pan. Es lógico por tanto que el pan sea uno de los pilares principales de nuestra alimentación. No es solo un componente clave de la dieta mediterránea por todos sus beneficios nutricionales, sino que ha estado presente en nuestras vidas desde tiempos inmemorables siendo un alimento básico a lo largo de gran parte de la historia de la humanidad.